Domingo de Ramos
Prot.
59/11-15
Hermanos muy amados, ¡el Señor les dé la paz!
Este saludo que S. Francisco encomienda a sus frailes
asume un significado muy particular mientras estamos celebrando el Domingo de
Ramos, portal de ingreso a la Semana Santa. Nos remite al mismo saludo del
Resucitado, en el día de Pascua, cuando aparece a sus discípulos, encerrados
por miedo a los judíos: “¡Paz a ustedes!”. Invitación a salir de la parálisis
que los atenaza, para vivir y anunciar el Reino de Dios, de justicia y de paz.
Una paz que no es mera ausencia de conflictos, sino vivencia y testimonio de
una vida más plena, que sólo Dios nos puede donar, y sólo en y con Él es
posible. Vida plena que se debe augurar a todos y buscar esmeradamente, para
pregustar ya sabores de eternidad y experimentar la alegría verdadera. Pues, la
alegría algo alborotada y superficial de la muchedumbre agitando ramas en el
día de hoy, debe dar paso a aquella que deriva del compromiso decidido, íntimo
y patente, de acompañarse a Jesús en su experiencia terrena de pasión por Dios
y los hombres, hasta dar la vida por esto, para alcanzar así aquella paz-felicidad
que el Resucitado propone y dona a sus discípulos de todos los tiempos.
Los obispos de Venezuela han propuesto vivir un año
dedicado a la búsqueda y vivencia de la paz, tan necesaria en nuestro contexto nacional
caracterizado por una inseguridad social preocupante, que genera un miedo
generalizado, el encerrarse cada uno en su propia casa, la mirada sospechosa hacia
quienquiera nos cruce y no sea un conocido. Aún más con vista a las próximas
elecciones presidenciales. El clima de desencuentro verbal y casi físico; la
calificación del adversario como enemigo, con todo el vocabulario violento que
pueda conllevar, son inadmisibles para los cristianos, y van combatidos rotundamente.
Hay que favorecer y fomentar el sueño evangélico de una comunidad de hermanos,
donde diferencia no es sinónimo de conflictividad, sino más bien de reto a la
integración y al intercambio de riquezas. ¡Bienaventurados los constructores de
paz! Es superfluo subrayar el aporte que nosotros franciscanos podemos y
debemos dar a este anhelo. De lo contrario, el saludo pascual, que nos
caracteriza frente a la humanidad, podría sonar falso y hueco.
Gracias a Dios, en este momento no existen en la Custodia
situaciones de conflicto. Dijera, antes bien, que estamos viviendo una
primavera presagiadora de frutos maduros. Aún nos falta camino a recorrer. Tal
vez, esta madurez está reservada sólo al más allá. Sin embargo, no podemos
desistir del buscarla, dando espacios siempre más grandes a Dios en nuestros corazones
y fraternidades. Puede que, a veces, nos domine el desaliento o el miedo, generando
cerrazones que parecen impenetrables e infranqueables. No olvidemos que Jesús
no se detiene frente a puertas cerradas y muros robustos. Démosle siempre más
entrada en nuestra vida, y asistiremos al milagro del don de una vida plena y
de la paz fraterna, que sólo su presencia nos puede donar. Estamos desafiados a
dar calidad teológica, motivaciones cristianas, profundidad humana a nuestro
estar juntos, a nuestra vida comunitaria ya esencialmente buena y a nuestro
testimonio.
El Domingo de Ramos de este año tiene un valor particular
para nosotros franciscanos. Hace ochocientos años Clara de Asís decidió, en
esta misma fiesta litúrgica, fugarse de su casa, para abrazar el Amor único y
verdadero, el de Dios, haciendo propia la forma de vida de Francisco el
Poverello. “El secreto de la
verdadera alegría es confiarse en Dios”. Lo afirma Benedicto XVI en el
mensaje con motivo del Año de Santa Clara, que celebra el octavo aniversario de
la consagración y conversión de la Santa de Asís. El secreto de una vida plena
y una paz verdadera reside en esta confianza, sin la cual lo terrenal roba
espacio a lo espiritual.
Continúa
el Papa: “En su significado profundo, la «conversión»
de Clara es una conversión al amor. Ella no tendrá nunca más los trajes refinados
de la nobleza de Asís, sino la elegancia de un alma que se gasta en la alabanza
a Dios y en el don de sí misma. En el pequeño espacio del monasterio de San Damián,
a la escuela de Jesús Eucaristía contemplado con afecto matrimonial, se irán
desarrollando, día tras día, los rasgos de una fraternidad reglada por el amor
a Dios y la oración, por la atención y el servicio. Es en este contexto de fe
honda y de gran humanidad que Clara se vuelve segura intérprete del ideal
franciscano, implorando aquel «privilegio» de la pobreza, es decir la renuncia
a poseer aun fuera sólo comunitariamente unos bienes, lo cual dejó largamente
perplejo el mismo Sumo Pontífice, quien finalmente se rindió frente al heroísmo
de su santidad…
La historia de Clara, junto a la de
Francisco, es una invitación a reflexionar sobre el sentido de la existencia y
a buscar en Dios el secreto de la verdadera alegría. Es una prueba concreta que
quien cumple la voluntad del Señor y confía en Él no sólo no pierde nada, sino,
antes bien, encuentra el verdadero tesoro capaz de dar sentido a todo”.
La
memoria de esta conversión de S. Clara en el día del Domingo de Ramos, nos impulsa
también a nosotros a la radicalidad en el seguimiento de Cristo, pobre y crucificado,
para alcanzar la alegría y la paz que Él nos anuncia en su resurrección.
Les
deseo a todos una Semana Mayor que sea una verdadera experiencia de santidad, a
la luz de las liturgias de estos días y del servicio al pueblo de Dios. Nos
acompañen y estimulen el ejemplo de Nuestro Padre S. Francisco y S. Clara, y
los demás santos franciscanos, quienes, contemplando la entrega total de Jesús
en la cruz, pudieron alcanzar las cumbres del amor de Dios recibido y
compartido. La Virgen de Coromoto nos ayude a recibir el cuerpo de su hijo en
nuestras vidas y fraternidades, participando de la Eucaristía y de los misterios
del Triduo Pascual. Les reitero el saludo-augurio de Francisco: “¡El Señor les
dé la paz!”. Un abrazo fraterno a todos.
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Fray Matteo Ornelli
Custodio provincial
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