Se me piden escribir unas líneas acerca de la experiencia vivida en mi ordenación sacerdotal el pasado 26 de mayo, solicitud que me hace la obediencia y la caridad de fray Matteo. Esta es una experiencia tan íntima que apenas lograré dar un boceto muy defectuoso de lo que es una obra de arte.
Los días previos a la ordenación, en compañía de mis hermanos fray Javier y fray Ramón, realizamos unos días de retiro en la casa de encuentro y oración San Juan de la Cruz, allí el silencio, el espíritu del carmelo y la atención de los frailes nos permitieron horas de encuentro con Dios por la oración y la caridad fraterna. Reflexionamos sobre nuestra relación con Dios, nuestra manera de orar, de vivir las virtudes cristianas y de enfocarnos frente al ministerio. El último día nuestro paternal custodio subió para buscarnos y hablar un poco con cada uno.
El 26 llegó mucho más rápido de lo que imaginaba, ese día se recuerda a la insigne virgen quiteña Santa Mariana de Jesús por cuya razón elegí la fecha, ella ha sido luz a lo largo de todo mi camino espiritual. La ceremonia fue inolvidable, lo sentí todo rodeado de un hálito celestial, la música, los hermanos, la emoción del pueblo que nos acompañaba, cada palabra y gesto de monseñor Moronta. Guardo en mi corazón el perfume de la postración mientras se cantaba el Veni Creator y las letanías, la imposición de manos, la unción.
Mis hermanos fray Javier y fray Ramón recibieron la ordenación diaconal, los tres, allí en medio de todos esos acontecimientos nos sentimos más unidos que nunca. Los hermanos de la Custodia también estuvieron allí con nosotros, algunos físicamente y la mayoría espiritualmente. Doy un especial agradecimiento al buen fray Matteo, gran amigo, hermano, maestro y padre, y a mi padrino fray Franklin quien ha sido mi guía y padre a lo largo de los años formativos llevándome casi de la mano y poniéndome muy cerca de Dios.
Mis padres, José, Rosa y Flor estuvieron allí como seguras columnas de toda mi formación, mis queridas hermanas Sharito y Margarita compañeras de infancia y unidos ahora por lazos más fuertes que los sanguíneos, mis hermanos más que cuñados Gerson y Wilmer y claro, mis sobrinos Francisco, Mariana, Mariángel y André. Y claro, demás familiares y amigos que participaron de la celebración.
¿Qué lengua podría explicar con claridad la experiencia de ser sacerdote? ¿Qué dedos serían tan ágiles para escribir lo que experimenta el alma que por la ordenación se une tan íntimamente a Jesús? Ser un SERVIDOR, lo repitió una y otra vez Monseñor en la homilía. Los consagrados estamos llamados a ser hoy más que nunca hombres de oración, de pureza, de mortificación.
Un recuerdo más antes de terminar es el de mi experiencia celebrando mi primera eucaristía en el Monasterio de las carmelitas descalzas de san Cristóbal como lo había prometido muchos años atrás. Ofrecí sobre ese altar por mis manos a la Víctima Inocente, al Redentor del mundo en compañía de mis hermanos y hermanas.
En brazos de María Inmaculada puse todo mi ministerio, el de fray Javier y fray Ramón, ella nos enseñará a desempeñarlo con toda solicitud, anhelando la santidad y la unión con Jesús, el Amado Esposo de nuestras almas.
fray José Alberto del Niño Jesús
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