jueves, 6 de diciembre de 2012

Ordenación presbiteral de fray Javier Mora: homilía del Obispo



Hace algún tiempo, en una aldea de nuestra Diócesis, una sabia mujer, no por estudios sino por su fe y vida cristiana, me hizo saber algo muy hermoso y comprometedor: Me decía ella que un buen sacerdote era aquel que estaba tan unido a Jesús, que formaba parte de Él, sintonizaba con Él y Él, el Señor estaba dentro del sacerdote. Así, me decía, el sacerdote podía hablar del Señor porque era su íntimo amigo, y le podía hablar a Él de los suyos. Todo esto está lleno de una gran sabiduría y, a la vez, de un profundo reconocimiento de lo que significa ser sacerdote: un cristiano configurado a Cristo Sacerdote, movido por la caridad del Buen Pastor y capaz de actuar en nombre de Él.
Esta nota personal a la que hago referencia, me permite presentarles a todos una breve meditación en el marco de la ordenación presbiteral de Fray Pedro Javier. Dentro de unos instantes, por la imposición de las manos y la oración consagratoria, va a quedar configurado a Cristo Sacerdote para actuar en su nombre. Lo hará para así ayudar a los suyos a alcanzar el encuentro vivo con Jesús y caminar poco a poco a la plenitud definitiva. Entonces, aquella descripción de esa mujer sabia nos viene al encuentro para recordar lo que debe distinguir la vida de un sacerdote.
Por el bautismo está identificado con Jesús y se ha convertido en discípulo suyo. Ahora por la ordenación presbiteral, no sólo se configurará, sino que actuará en su nombre teniendo sus mismos sentimientos. Para ello, debe darse un mutuo relacionamiento entre el presbítero y el Sumo y Eterno sacerdote. Es decir, el sacerdote debe ser capaz –pues capacitado será- de entrar en el corazón de Cristo para intimar con Él, con la oración enriquecida por a Palabra y los sacramentos. Pero, a la vez, debe dejar que el mismo Jesús penetre en su corazón y allí se realice también el coloquio con el cual inspirará su ministerio a favor de todo el pueblo de Dios al estilo del Pastor Bueno. Se trata de un movimiento doble, pero que se realiza en la unidad de intención, de quien consagra y del que es consagrado.
En ese coloquio íntimo, el sacerdote aprende lo que tiene que transmitirle al pueblo de Dios: así se convertirá en servidor de la Palabra y testigo del amor de Dios para la gente. Como se trata de un coloquio íntimo que se da  además en el corazón sacerdotal, el ministro se llena de la gracia y podrá darle a la gente no una enseñanza teórica aprendida en libros, sino meditada, compartida y  asumida como testimonio; por eso, es ministro de la Palabra. Más aún, está configurado a esa Palabra hecha carne, por lo que podemos decir que, guardando las debidas distancias, el sacerdote llega a ser “Palabra viviente de Cristo” para su pueblo.
Ya esta realidad marca al sacerdote. Ese coloquio se alimenta con los sacramentos y, particularmente con la eucaristía. De hecho, el sacerdote, como hemos indicado actúa en el nombre de Cristo, como si fuera Él mismo quien lo está haciendo. En la intimidad de la eucaristía que celebra para el pueblo, el sacerdote toma conciencia de que el cuerpo entregado y la sangre derramada son de Cristo; pero que ahora, él le ha prestado su cuerpo y su sangre para que siga realizándose en el tiempo la salvación, fruto de la entrega pascual de Cristo.
Ese coloquio íntimo es de amigos. En la última cena, Jesús llamó a sus discípulos amigos. Hoy a Fray Pedro Javier, el mismo Sumo y Eterno Sacerdote le dice “no te llamo siervo sino amigo”. Lo convierte en su amigo, para que sea amigo de los demás… y asuma, entonces aquello de que “no hay mayor amor que dar la vida por los amigos”.
Por otra parte, como sacerdote está llamado a ser pregonero de la fe, para motivar a todos al seguimiento de Jesús y lograr el encuentro vivo con Él. Cual testigo del Señor resucitado, podrá presentarse como modelo de ese encuentro, ya que se supone que lo ha vivido y lo vive siempre a través del coloquio íntimo y permanente del que hemos hecho mención. Por ser capaz de vivir el encuentro vivo con Jesús, es capaz de enseñarlo, promoverlo y ayudar a que se realice entre los suyos; más aún, no dudará en acompañar a quienes opten por ese camino.
Dentro de algunos momentos, por la imposición de las manos se realizará un gran prodigio entre nosotros. Este joven será consagrado como sacerdote configurado a Cristo Pastor Bueno. Limitado y débil, como ser humano, pero fortalecido por la acción del Espíritu hará que en su rostro brille el esplendor de Aquel a quien se configura para que todos quienes le vean se animen a seguir a Jesús. Nos toca a nosotros acompañarlo con nuestra amistad y oración.

Querido hijo:
Al agradecerte la gentil invitación que me has hecho a presidir esta ceremonia y conferirte el orden del presbiterado, quiero animarte, como lo dice el ritual de ordenación a que consideres seriamente lo que está pasando en ti. No te estás graduando, al estilo de actos académicos. Es algo mucho más profundo: te estás configurando a Cristo, para ser uno con Él y hacer  sus veces en los sitios y comunidades donde te toque trabajar. Te toca entrar en su corazón y permitir que entre en el tuyo para así poder vivir en la fe y en el amor el encuentro personal y vivo con Él, desde el cual vas a ser ministro suyo para la salvación de los tuyos. No dejes nunca de ser un hombre de fe, pues sólo así podrás mantenerte fiel y firme en ese encuentro. Y sé testigo decidido y valeroso de este encuentro, para que la gente al verte te reconozca no como un profesional de lo religioso, sino como un servidor y testigo, por el cual pueden alcanzar ese encuentro con Cristo.
Que el espíritu de sencillez y sabiduría que distinguió a San Francisco lo tengas siempre para que así puedas ser fiel a la nueva tarea que recibes de Dios y de la Iglesia. Distínguete por tu amor pastoral, enriquecido en el coloquio íntimo de tu encuentro de fe con Cristo Sacerdote. María Auxiliadora te acompañe con su maternal protección, para que tu ministerio sea de verdad fecundo en obras del Espíritu Santo. Amén.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

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