jueves, 6 de diciembre de 2012

Ordenación presbiteral de fray Javier Mora (30-11-2012): palabras de acción de gracias


Alabado sea el nombre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor. 
En este momento en mi espíritu cohabitan dos sentimientos contrastantes. Por una parte, un sentido de turbación humana por la responsabilidad del Ministerio que he abrazado. Por otra parte, siento en mí una gratitud profunda a Dios que, como hemos rezado en la liturgia, ha querido que el sacerdocio de su Hijo único se perpetuara en la Iglesia, eligiéndome de entre los hermanos, mediante la imposición de las manos, haciéndome partícipe de su ministerio de salvación (Cf. «Prefacio de Ordenaciones» I).
Quiero en este momento hacer mías las palabras del salmo 137, en las que el salmista expresa la alegría de un corazón gozoso que reconoce las obras del Señor:
Te doy gracias, Señor, de todo corazón, pues oíste las palabras de mi boca...
Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad, 
pues tu palabra ha superado tu renombre.
El día que clamé, me respondiste y aumentaste la fuerza de mi alma. 
Señor, tu amor perdura para siempre, no abandones la obra de tus manos.
¿Cómo expresar en este momento con palabras humanas, tan ambiguas e imperfectas, todo el gozo y regocijo del Espíritu, que experimenta mi alma en este momento? ¿Cómo pagaré al Señor, todo el bien que me ha hecho? (Cfr. Sal. 116). Verdaderamente, no es posible expresar fielmente el gozo que siento, y menos aun pagar al Señor por todo este mar inmensurable de su amor que ha querido derramar en este hijo suyo.
La Ordenación Presbiteral no es el fin de la carrera. No es la meta alcanzada. Es solo un pequeño tramo de la gran carrera de la vida, que viene a coronar luchas y esfuerzos de la respuesta y entrega generosa a la vocación que recibí, no se cuándo ni dónde, por parte de Dios. A Él le pareció bien llamarme; a mi me pareció bien decirle sí. 
Esta no es la meta, es solo un tramo. La meta es la Patria eterna, la vida junto a Dios para siempre. Y hacia allá quiero continuar esta carrera. Ahora con un carácter distinto: sacerdos in aeternum. Sacerdote para siempre. 
El camino continúa. El camino es la vida. La vida que se entreteje entre ideales y realidad, entre luces y sombras, entre gracia y pecado, entre fantasía y realidad. Ahora es cuando necesito aun más de la ayuda del cielo y de las oraciones de tantas almas que me han acompañado y me acompañaran con su afecto y sacrificios, para avanzar con paso firme en la vida, en el digno ejercicio del Ministerio Sacerdotal, sin perder mínimamente la esencia y fundamento de mi vocación de ser en medio del mundo, un fraile menor conventual.

Quisiera en este momento agradecer a tantas personas…
Primeramente a mi familia, fundamentos de mi vida: A mi Papá y mi abuela Sara, que desde el cielo, en la liturgia celestial, comparten con nosotros esta alegría. Y a tantos de ellos que ya no están físicamente entre nosotros, y duermen ya el sueño de la paz. 
A mi Madre, primer seminario de vida cristiana para mi. Gracias Madre por tus sacrificios. Gracias Madre por tus oraciones constantes. Gracias Mamá, por ser quien eres. 
A mi alma gemela: mi Hermana Sorley. Uno de los amores más grandes en mi vida y a quien le debo tanto. A su esposo, mi cuñado Abraham; gracias por asumir un lugar como de padre. A mis tres sobrinos, tesoros del amor de Dios en mi hogar. 
A toda mi demás familia, tanto paterna como materna. A mi abuela Aidé. No los nombro a todos en este momento pero los tengo presente en mi corazón. Gracias por permitirme descubrir en ustedes que Dios es Familia, que Dios es unidad. Gracias por estar siempre presentes en las buenas y en las malas. 
A mi familia religiosa. A todos mis frailes, presentes y ausentes. Gracias por recibirme en medio de ustedes hace 12 años, desde que los conocí. Todos han sido para mí, como reconoce nuestro Padre San Francisco de Asís, en su vida: Un Don de Dios. En medio de ustedes, el Señor quiso conducir mi vida para desarrollar su proyecto conmigo, en la diversidad y unidad de una sola familia religiosa. 
A nuestro querido Padre y Pastor Diocesano, Mons. Mario. Su entrega, su empeño y amor a la Iglesia, son para mí, un ejemplo palpable a seguir. 
A través del tiempo, el Señor me ha dado personas que han pasado a ser parte de mi historia, parte de mi vida. A todos mis amigos, los aquí presentes y a los que por causas ajenas a su voluntad no pudieron venir; de los que me siento afortunado de tener, aunque a veces la distancia ande de por medio, a todos ustedes gracias. 
Finalmente, gracias a dos parroquias distantes entre sí, que comparten un mismo nombre y que se han dado cita en una misma celebración. A esta, mi parroquia de Cordero y a mi parroquia de Barinas. Ambas dedicadas a nuestra Madre del cielo, María auxiliadora. Gracias a todos los fieles, a los grupos y movimientos de apostolados con los que me siento muy cercano. A todos y cada uno de los que han contribuido para que esta celebración se llevara a cabo de la mejor manera. A las Hermanas Franciscanas. A todos los que han viajado desde lejos. A los que me han estado animando con sus oraciones. A todos los sacerdotes que me acompañan del clero diocesano y hermanos sacerdotes de comunidades religiosas. A la Coral del Táchira por su presencia tan significativa. 
Concluyo con las palabras o lema que quise elegir para esta ocasión: Loado seas mi Señor, porque me llamaste no por mis méritos sino por tu propia determinación y tu gracia.
A todos ustedes un Dios les pague. Muchísimas gracias! Paz y Bien.

+ Fray Javier de Cristo, OFM.Conv
MONASTERIO TRAPENSES
Humucaro Alto, Edo. Lara
 9 de Noviembre de 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario