Al atardecer de los tiempos, bajo una glorieta tejida de glicinas azules, blancas y violetas Dios descansaba, meciéndose en un viejo sillón de mimbre que Él había hecho con sus propias manos, con los ojos un poco entrecerrados y un poco entreabiertos, pronto a soñar pero aún despierto.
En Asís la orquesta comenzó a ejecutar bajo la dirección del maestro Ciro Visco. La basílica superior se transformó en un escenario donde se dio inicio a una danza de armonía hecha de música, voces, colores, formas, luces y corazones desde donde brotaban, con raíces profundas como una vieja nostalgia, la voluntad de lo bueno, de lo bello y de lo verdadero, era como si aquella gente soñara: ‘¡…la Gloria habitará en nuestra tierra…!’
Las glicinas de Dios también comenzaron a danzar y acariciaban los musgos del techo de la basílica, regalándoles perfumes y frescas caricias de pétalos, mientras los pies de Dios dibujaban las melodías haciendo danzar su viejo sillón… ‘¡…La Justicia y la Paz se abrazarán!’
De diversos ángulos del jardín celestial fueron llegando hasta la glorieta, bajo la cual se reposaba el Señor, Franz Gruber, César Franck, Irving Berlin, Ariel Ramírez y otros más, encabezados por san Alfonso María de Ligorio; y todos ellos acompañaban con ejecuciones magistrales el concierto que acontecía en la basílica del Poverello.
¡Y vio Dios que todo eso estaba muy bien!
En Asís ahora la dirección era ejercida por el maestro Ennio Morricone. Vio Dios que comenzaba a llegar gente, provenientes de los cuatro rumbos del mundo, venían repletos de ofrendas. Hebreos y palestinos llegaban juntos, con camellos cargados de siglos de guerras, de condenas y odios recíprocos. Los poderosos del mundo arribaban con camiones y trenes plenos de dominios impuestos, de presiones económicas y militares, de invasiones injustas y millares de muertes inocentes en los países pobres y débiles. Los viejos y los nuevos imperios traían para ofrecer sus usurpaciones coloniales sobre tierras ajenas: islas, canales, peñones, ríos e innumerables bienes volvían manos de sus legítimos dueños. Las multinacionales portaban sus proyectos de explotaciones pagados a precio de limosnas. Todos cargaban con mayor o menor ración de racismos, de discriminaciones, de marginaciones y de miedos. Los gobiernos traían sus mentiras, sus manipulaciones, sus pretensiones de verdades absolutas, sus cegueras y sus sorderas. Y cada hombre y cada mujer ofrecían su corazón oscuro de smog, contaminando de pequeñas y grandes pobrezas pero aún capaz de acoger un sueño.
Montañas y montañas de maldades, de intenciones torcidas, de proyectos nefastos, de sentimientos enfermos, de agresiones descontroladas, de fanatismos radicados y violentos, fueron depositados frente al esplendor de la danza que se desplegaba entre el cielo y la tierra.
¡Vio Dios que eso era bueno! Y Dios mandó el Espíritu Santo sobre todas esas ofrendas. El Espíritu Santo sopló su aliento de fuego sobre toda esa escoria del mundo producida por la humanidad y una enorme hoguera iluminó la tierra abrasando todo el mal que había sido ofrendado. Las llamas se elevaban hacia el cielo hasta calentar los astros.
Se escuchó entonces el clamor de un viejo profeta de Dios que decía: ‘¡Destilen cielos, desde lo alto, y que las nubes derramen la justicia!
¡Dios se emocionó y… “piantó” un lagrimón…! Se conmovieron los ángeles, se estremecieron los santos, vibraba todo el cielo y comenzó a llover, llovía, llovía, llovía… cuarenta días y cuarenta noches de lluvia celestial cayó sobre las cenizas de la miseria del mundo y la tierra recobró su fertilidad y la humanidad volvió a ser virgen y pura. Bandadas de palomas se esparcían hacia los cuatro puntos cardinales de la tierra llevando la Buena Nueva de la paz.
El viejo profeta volvió a clamar: ‘¡Que se abra la tierra y produzca la salvación y que también haga germinar la justicia!’
Dios vio una mujer joven, una mujer nueva, una mujer bella, una mujer pura, una mujer Virgen de corazón libre, se sintió cautivado por ella, se enamoró de ella y derramó en ella el amor de su corazón y Esa Mujer fue depositaria del mayor de los sueños que Él le quería regalar a la humanidad.
Vio Dios que un hombre llamado José también estaba soñando, dispuesto a decir que ‘Sí’… Luego… noche… silencio… espera… y finalmente el llanto del Niño habitó la historia.
Un pueblo de alma cristalina, de caminar diáfano, llegaba ahora a ofrecer pan, frutas, flores, miel, chocolate y ropitas de colores y danzaban cantando:
¡Griten de alegría, cielos
porque el Señor ha obrado;
aclamen, profundidades de la tierra!
¡Montañas, prorrumpan en gritos de alegría,
y tú, bosque, con todos tus árboles!
Porque el Señor nos ha redimido
y manifiesta su esplendor en el mundo.
Fray Jorge R. Fernández
Asistente general Falc
Unidos en la oración!!! Para seguir celebrando el misterio que genera vida. y vida en abundancia
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