Barinas, 23 de marzo
2013
Hermanos muy amados, ¡el Señor les dé la paz!
En vísperas del
comienzo de la Semana Santa, deseo alcanzar, con la presente carta, a todos y
cada uno de ustedes, para desearles que vivan una experiencia plena del amor de
Dios, manifestado en Jesús, que entrega su vida en la cruz, y nos abre, con su
resurrección, horizontes de esperanza cierta y siempre nueva. En efecto, en
este año de la fe, el Papa emérito Benedicto XVI, en su mensaje cuaresmal, nos
invitaba a hacer experiencia viva y actual de este amor, para poder creer, para
que la fe en Dios sea posible y creíble: «Hemos conocido el amor que Dios
nos tiene y hemos creído en él» (1
Jn 4, 16). Sin el encuentro con Dios Amor, nuestras liturgias pascuales corren
el riesgo de volverse puro espectáculo, del cual somos actores, a lo mejor
buenos profesionales, pero no protagonistas. Es verdad – lo sé por vivirlo cada
año en carne viva junto a ustedes, hermanos míos empeñados en la pastoral de
Semana Santa – que los compromisos son numerosos y urgentes, a menudo
agotadores. Sin embargo, pidamos a Dios que nos permita vivir y saborear las
liturgias que nos preparamos a celebrar, para que hablen también a nuestros
corazones, además que a nuestras feligresías. Que logremos conmovernos y
enriquecernos con la contemplación de los misterios de la Semana Mayor, para
ser eficaces en las actividades pastorales a favor de nuestras comunidades.
Evangelizar es la obra de caridad más grande que estamos llamados a llevar para
adelante, al fin de que nuestra fe no se quede en palabras y ritos. Citando a
Benedicto XVI en su mensaje cuaresmal: “La
relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos
sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El
bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis),
pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano.
Análogamente,
la fe precede a la caridad, pero se revela y germina sólo si culmina en ella.
Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero
debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que
permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13)”.
Llegamos a esta
Pascua después de haber vivido unos importantes acontecimientos a nivel de
Orden e Iglesia: el Capítulo general y la elección de un nuevo Papa, Francisco.
Ambos han marcado y caracterizado el tiempo de Cuaresma.
La moción
programática del Capítulo general, sobre nuestra identidad carismática, suena
así: “Para
‘vivir el evangelio’ hoy, como
la Regla nos pide, el capítulo general decide que el compromiso formativo de la
Orden sea el crecimiento en nuestra identidad carismática como hermanos menores
conventuales, y así contribuir a la nueva evangelización. Los instrumentos
privilegiados a tal fin son: La revisión de las Constituciones y la valoración
efectiva del ‘Discípulo Franciscano’. Impulso a crecer diariamente en nuestra identidad;
a afirmar que la alegría verdadera, para nosotros y todo cristiano, reside en
vivir el evangelio; al fin de contribuir eficazmente a la nueva evangelización,
expresión más alta de nuestro amor hacia los hombres, porque es permitir el
encuentro transformador y dignificante con el Dios amoroso de Jesucristo,
celebrado particularmente en Semana Santa.
La elección del
nuevo Papa nos ha llenado de una alegría, que se ha vuelto alborozo al
percatarse del nombre por él elegido: ¡Francisco! Desde luego, es motivo de
orgullo y emoción para los franciscanos, que por primera vez en la historia de
la Iglesia el Sumo Pontífice se llame así. Sin embargo, representa, al mismo
tiempo, un desafío grande para nuestro testimonio de fe. Estamos comprometidos,
en primera persona, por el mismo carisma franciscano, a ser imágenes vivas y
actuales de “Cristo pobre y crucificado”. Papa Francisco, con su manera de
actuar y sus palabras, nos está dando un ejemplo a seguir. Esforcémonos de caminar los caminos de Jesús,
compartiendo con los pobres; de edificar
una Iglesia capaz de rehuir de los signos del poder, para realizar el poder de
los signos; de confesar la fe con
palabras y obras de amor, enseñando a un Dios misericordioso y tierno, que nos
inspire confianza y nos quite el miedo.
El año pasado
escribía sobre el compromiso cristiano por la paz, querido por los obispos de
Venezuela, sobre todo con vista a las elecciones presidenciales, y que
caracteriza la vivencia pospascual, inaugurada con el saludo del Resucitado a
sus discípulos “Paz a ustedes”. Palabras que siguen actuales en el contexto
político preelectoral que está marcando también estos días, y por eso las
reitero. “El clima de desencuentro verbal
y casi físico; la calificación del adversario como enemigo, con todo el
vocabulario violento que pueda conllevar, son inadmisibles para los cristianos,
y van combatidos rotundamente. Hay que favorecer y fomentar el sueño evangélico
de una comunidad de hermanos, donde diferencia no es sinónimo de
conflictividad, sino más bien de reto a la integración y al intercambio de
riquezas. ¡Bienaventurados los constructores de paz! Es superfluo subrayar el
aporte que nosotros franciscanos podemos y debemos dar a este anhelo. De lo
contrario, el saludo pascual, que nos caracteriza frente a la humanidad, podría
sonar falso y hueco”.
Fray Matteo Ornelli
Custodio provincial
No hay comentarios:
Publicar un comentario