jueves, 22 de mayo de 2014

Carta de Cuaresma 2014

Prot.129/11-15
Palmira, 09 de marzo del 2014
I Domingo de Cuaresma

Muy queridos hermanos, ¡El Señor les dé la paz!
Me dirijo a ustedes al comienzo de este tiempo cuaresmal, favorable para la conversión personal y un camino de santidad más intenso junto al pueblo de Dios, que se nos ha confiado. Desde luego, no hace falta recordar el momento crítico que en Venezuela se está experimentando, frente al cual no nos podemos quedar indiferentes, ni reaccionar según criterios mundanos o impulsivos, olvidando así el reto de aquel evangelio que hemos profesado querer vivir y testimoniar. Sé que hubo varias iniciativas en sus comunidades para impetrar de Dios el don de la paz y aprender a ser constructores de ella. Por eso les estoy muy agradecido, grato al Señor por el don de hermanos sensibles y pacificadores.

El Santo Padre, en su mensaje cuaresmal, nos exhorta a mirar a Cristo, quien se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9). Es muy interesante la indicación del Papa a ser pobres, para responder al anhelo del hombre de salir de sus miserias: Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.  

Según mi manera de ver, en todo el mensaje resuena, como fondo, que la pobreza se vuelve elemento y medio indispensable para ser cercanos al hombre y mujer de nuestros días y ambientes, sin distinción alguna, así como hizo Dios con la humanidad a través de la encarnación, y sigue haciendo otorgándonos siempre su misericordia y perdón.

Hoy nuestra patria Venezuela y nuestra feligresía necesitan que nos hagamos cercanos, en un contexto de conflictos entre hermanos, para ayudar a todos a alzar la mirada hacia el Dios de la vida, de la paz y de la tolerancia. Nuestra vida fraterna podría tornarse en una predicación penitencial sin necesidad de palabras. El esfuerzo de la aceptación mutua, pese a nuestras diferencias, y la búsqueda de caminos comunes en nombre de Dios, sostenidos y motivados por su Amor, son elementos aleccionadores para cuántos han perdido la brújula evangélica, arrastrados por impulsos e ideologías idolátricas.
Esto no significa renunciar a tener una convicción política o una visión de la sociedad. Más bien, todo lo contrario. Hay que aprender a reflexionar y ser críticos, según criterios evangélicos, que podrían hasta portarnos a conclusiones prácticas diferentes; sin embargo, nunca nos llevarán a la confrontación violenta o al deseo de aniquilamiento homologatorio al cual estamos asistiendo en estos días. Verdaderamente en Venezuela estamos viviendo una gran miseria bajo todo punto de vista: material, moral y espiritual. La tentación podría ser la de responder con “criterios diabólicos” de división de Dios y su manera de pensar.

A la miseria material, que es pobreza sin solidaridad, así como lo expresa el Papa, hay que responder con la caridad solidaria, con la capacidad de compartir pan y tiempo con el necesitado. Afirmar que pan y palabra de Dios tienen que caminar juntos, para no caer en promesas ilusorias de bienes sin esfuerzo y trabajo, ni en la idolatría del bienestar físico a toda costa y sin respeto del ajeno. Elementos que azotan hoy nuestra vivencia tranquila en Venezuela.
A la miseria moral, es decir pobreza sin confianza en Dios, según Papa Francisco, hay que responder con el ayuno confiado, renunciando a vicios y pecados, para conformarse a la voluntad de Dios. La tentación a vencer es la de un éxito aparatoso y manipulador, despreocupado del respeto de la consciencia ajena, del perseguimiento y profundización de los valores verdaderos y eternos, plasmados ya en el derecho natural.
A la miseria espiritual, que es pobreza sin esperanza, en las palabras del Santo Padre, hay que responder con la oración sin desfallecer, diálogo constante con el Dios de Jesucristo, que experimento como vivo y presente, siempre en búsqueda de comunión con sus hijos y su creación. La tentación a superar es la de querer ser como Él o creernos dios. Hay que permitir a Dios de ser Dios, renunciando a la sed de un poder aplastador e intolerante, buscando más bien el poder del servicio y el servicio en el poder, a todo nivel.

Pues bien, la cuaresma de este año puede y debe ser tiempo de conversión personal y comunitaria, tratando vencer a aquellas tentaciones que nos quieren apartar de Dios y de nuestros hermanos. En una Venezuela dividida por luchas y discordias, el reto cristiano urgente es el de favorecer un sincero diálogo con Dios y un verdadero encuentro con el otro, mi hermano. Hay que enseñar y exigir la paz, don de Dios. No podemos decirnos cristianos ni rezar el Padre Nuestro si consideramos al otro como adversario y enemigo.

Jesús y San Francisco nos guíen por los caminos de una pobreza humilde y sobriedad de vida, para lograr el encuentro y acercamiento con el hombre de hoy y aquí, sin ninguna discriminación excluyente. María, Madre de los pobres, nos ayude a saber reunir a nuestros fieles y a todo hombre bajo la égida del amor inagotable e infinito de Dios, manifestado a la humanidad con la encarnación de Jesús y su muerte en cruz, y otorgado perenemente con la efusión del Espíritu Santo a la Iglesia. 
fray Matteo Ornelli
Custodio provincial

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