Guanare, 14 de septiembre de 2011
Muy queridos hermanos formadores.
Queridísimos hermanos postulantes
Es una alegría grande, para mí
y la Custodia, el comienzo de un nuevo año de postulantado. Lamento no poder
compartir con ustedes la ceremonia de ingreso, momento fuerte y oportuno para renovar
la entrega a Dios, acompañada, tal vez, del temor de no lograr llevar adelante
el proyecto de Dios con cada uno de ustedes.
Para escribirles algo con
vista a este día, volví a releer el discurso que el Papa hizo a los
seminaristas en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid.
Quisiera dejar la palabra al Santo Padre, en lo que se refiere a las
indicaciones para vivir bien los años de seminario. Por supuesto les voy a
proponer tan sólo unos trozos del discurso.
“Queridos
amigos, os preparáis para ser apóstoles con Cristo y como Cristo, para ser
compañeros de viaje y servidores de los hombres. ¿Cómo vivir estos años de
preparación? Ante todo, deben ser años de silencio interior, de permanente
oración, de constante estudio y de inserción paulatina en las acciones y estructuras
pastorales de la Iglesia… viviendo los años de vuestra formación con profunda
alegría, en actitud de docilidad, de lucidez y de radical fidelidad evangélica,
así como en amorosa relación con el tiempo y las personas en medio de las que
vivís.
Nosotros
debemos ser santos para no crear una contradicción entre el signo que somos y
la realidad que queremos significar… Configurarse con Cristo comporta, queridos
seminaristas, identificarse cada vez más con Aquel que se ha hecho por nosotros
siervo, sacerdote y víctima.
Apoyados en
su amor, no os dejéis intimidar por un entorno en el que se pretende excluir a
Dios y en el que el poder, el tener o el placer a menudo son los principales
criterios por los que se rige la existencia. Puede que os menosprecien, como se
suele hacer con quienes evocan metas más altas o desenmascaran los ídolos ante
los que hoy muchos se postran. Será entonces cuando una vida hondamente
enraizada en Cristo se muestre realmente como una novedad y atraiga con fuerza
a quienes de veras buscan a Dios, la verdad y la justicia”.
Creo que aquí tenemos plasmado
lo que significa querer vivir una búsqueda profunda de la voluntad de Dios,
que, para nosotros franciscanos, se realiza obligatoriamente en la experiencia
seria y enriquecedora de la fraternidad, reto y camino del día a día.
Las palabras del Papa nos
indican cómo deberíamos vivir estos años de formación, cuya finalidad verdadera
y única es alcanzar la santidad, la configuración a Cristo siervo, pobre y
crucificado, según lo que nos enseña San Francisco y la espiritualidad
franciscana.
Hace falta apoyarse en el amor
de Dios, manifestado en Jesucristo, para ser capaces de mantenernos firmes en
los ideales y la vivencia que el evangelio nos propone como camino hacia la
verdadera alegría, nosotros que tenemos la ilusión de querer vivir el Santo
Evangelio a la escuela y con la radicalidad de Francisco de Asís.
“Alentados
por vuestros formadores, abrid vuestra alma a la luz del Señor para ver si este
camino, que requiere valentía y autenticidad, es el vuestro”.
Casi al final de su discurso,
el Santo Padre tiene esta frase que se refiere al oficio y tarea de los
formadores. Ellos – a los cuales va toda gratitud y aprecio por aceptar comprometerse en ese servicio – no
son institutores de un colegio, sino más bien hermanos mayores de su familia
seminarística, cuya finalidad es ayudarles a discernir si la voluntad de Dios
los quiere en este camino. Por esto es menester abrir con sinceridad su alma a
Dios y a ellos, por el bien de la iglesia y de uno mismo. Recen por ellos
cotidianamente, para que el Señor los colme de sabiduría y paz.
El discurso del Papa termina
con el voto de confianza a Dios y la invocación a María, madre y modelo de vida
consagrada, ejemplo sublime de respuesta generosa y fiel a Dios.
“Ella sabrá
forjar vuestra alma según el modelo de Cristo, su divino Hijo, y os enseñará
siempre a custodiar los bienes que Él adquirió en el Calvario para la salvación
del mundo”.
El 14 de septiembre se
celebra, a excepción de Venezuela y América Latina, la fiesta de la exaltación
de la Santa Cruz. Ustedes, como símbolo de ingreso, recibirán la tau
franciscana, que no es nada más que una cruz. La cruz está al comienzo de la
conversión de Francisco, en el episodio de S. Damián, y al final de su vida,
impresa ya en su carne con el don de los estigmas. Aprendan del crucifijo el
amor totalmente entregado a la voluntad de Dios y al bien del hombre. La Virgen
María los mantenga fieles servidores de Dios, en las alegrías y en las dificultades.
San Francisco los acompañe en el camino de búsqueda de Dios. El Señor les bendiga
y colme de su paz.
Fray Matteo Ornelli
Custodio Provincial
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