Palmira, 17/03/2015
Muy queridos hermanos, ¡El Señor les dé la paz!
Ayer, después de un mes
de ausencia, regresé a Palmira. Llevo aún en los ojos, en la mente y en el
corazón las imágenes y las impresiones que han acompañado mis días de visita a
las fraternidades, y el compartir con ustedes y los laicos que hacen vida
cristiana con nosotros. Me impulsa a escribirles el deseo de agradecer a todos
ustedes por la experiencia de bella y rica fraternidad vivida en este mes de estadía
con ustedes. De veras me sentí bien, hermano entre hermanos, fuera de
inoportunas y antifranciscanas lógicas jurídicas-burocráticas. Me costó dejar
cada uno de los conventos, porque me parecía poco el tiempo compartido.
Desde luego, no soy
ingenuo o irrealista y me encontré también con problemas: pastorales,
fraternos, jurídicos y económicos. Sin embargo, no me parecieron de gran
envergadura. A veces falta tan sólo un granito de buena voluntad, humanidad y
diálogo para solucionar el asunto, sobre todo en lo que se refiere a las
relaciones interpersonales.
Se suele, a veces, citar
la frase: “La vida comunitaria es la máxima penitencia”, como para indicar la
dificultad que conlleva vivir juntos en fraternidad. Puedo decir que no lo
experimenté en mis visitas y vi que, por lo general, todos ustedes se esmeran
para disfrutar el don de la fraternidad e indicarlo como camino esencial por el
bien de la humanidad y de nuestro país. Si penitencia es salir de uno mismo, en
espíritu de éxodo hacia Dios y el hermano, así como nos indica el tiempo de
Cuaresma que estamos viviendo, con vista a la Pascua ya próxima, entonces la fraternidad
es meta y desafío de verdadera y palpable conversión cristiana, aún más significativamente
importante para nosotros franciscanos. Si la cruz de nuestras debilidades y
diferencias, de las dificultades, nos echa a veces en la tentación de la
dispersión y del individualismo; la luz del Resucitado nos lleve a recibir su
mensaje de vida y consolación en la comunidad, y el Espíritu Santo nos impulse
hacia el don de la comunión.
Nuestra Señora de
Coromoto y nuestro Seráfico Padre nos amparen y guíen por los caminos de la
santidad vivida y propuesta, en estos tiempos difíciles, donde la luz de Cristo
lucha con tinieblas espesas que intentan opacarla u oscurecerla. ¡Feliz Pascua
de Resurrección para ustedes y sus fieles!
fray Matteo
Ornelli
Custodio
provincial
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